lunes, 7 de febrero de 2011

Don Juan Matus

«"Un ser mágico es cosa de verse. Yo tuve la for­tuna de cruzarme con uno. Nuestro encuentro tuvo lugar cuando yo ya había aprendido y practicado mu­cha cacería. Una vez estaba en un bosque de árboles densos, en las montañas de Oaxaca, cuando de re­pente oí un silbido muy dulce. Era desconocido para mí; nunca, en todos mis años de andar por las sole­dades, había escuchado un sonido así. No podía si­tuarlo en el terreno; parecía venir de distintos sitios. Pensé que a lo mejor estaba rodeado por un hatajo de animales desconocidos.
"Volví a oír el encantador silbido; parecía venir de todas partes. Entonces me di cuenta de mi buena suerte. Supe que era un ser mágico, un venado. Sa­bía también que un venado mágico conoce las ruti­nas de los hombres comunes y las rutinas de los ca­zadores.

"Es muy sencillo figurarse qué haría un hombre cualquiera en una situación así. Primero que nada, su miedo lo convertiría inmediatamente en una presa. Una vez que se convierte en presa, le quedan dos cursos de acción. O corre o se planta. Si no está armado, por lo común huye a campo abierto y corre para salvar la vida. Si está armado, prepara su arma y se planta, congelándose en su sitio o tirándose al suelo.
"Un cazador, en cambio, cuando se adentra en el monte, nunca se mete a ninguna parte sin fijar sus puntos de protección; por tanto, se pone de inmediato a cubierto. Deja caer su poncho al suelo, o lo cuel­ga de una rama, como señuelo, y luego se esconde y espera a ver qué hace la pieza.

"Así pues, en presencia del venado mágico no me porté como ninguno de los dos. Rápidamente me paré de cabeza y me puse a llorar bajito; derramé lágrimas de verdad, y sollocé tanto tiempo que esta­ba a punto de desmayarme. De pronto sentí un aire­cito suave; algo me estaba husmeando el cabello atrás de la oreja derecha. Traté de voltear la cabeza para ver qué era, y me caí al suelo y me senté a tiempo de ver una criatura radiante que me miraba. El ve­nado me veía y yo le dije que no le haría daño. Y el venado me habló."

Don Juan se detuvo y me miró. Sonreí involunta­riamente. La idea de un venado parlante era entera­mente increíble, por decir lo menos.
-Me habló -dijo don Juan sonriendo.
-¿El venado habló?
-Eso mismo.
Don Juan se puso en pie y recogió el bulto de sus arreos de caza.
-¿De veras habló? -pregunté en tono de perple­jidad.
Don Juan echó a reír.
-¿Qué dijo? -pregunté, medio en guasa.
Pensé que me estaba embromando. Don Juan que­dó callado un momento, como si intentara recordar; luego, con ojos brillantes, me dijo las palabras del venado.
-El venado mágico dijo: "¿Qué tal, amigo? -pro­siguió don Juan-. Y yo respondí: "Qué tal". En­tonces me preguntó: "¿Por qué lloras?" y yo le dije: "Porque estoy triste". Entonces, la criatura mágica se acercó a mi oído y dijo, tan clarito como estoy hablando ahora: "No estés triste".
Don Juan me miró a los ojos. Tenía un resplan­dor de malicia pura. Empezó a reír a carcajadas.
Dije que su diálogo con el venado había sido algo tonto.
¿Qué esperabas? -preguntó, riendo aún-. Soy indio.
Su sentido del humor era tan extraño que no pude hacer más que reír con él.
-No crees que un venado mágico hable, ¿verdad?
-Lo siento mucho, pero no puedo creer que ocu­rran cosas así -dije.
-No te culpo -repuso, confortante-. De veras que está del carajo.»
  Viaje a Ixtlan (Journey to Ixtlan. The Lessons of Don Juan), Pag. 116. Carlos Castaneda. Ed. Fondo de Cultura Economica, 1975.